Durante una entrevista, hace unos meses, una periodista me preguntó cómo es que hacía para hacerlo todo. Hacerlo todo: Tener un hogar, una hija, tener un trabajo en el cual comparto responsabilidades con mi marido y de postre, plasmar mi creatividad en mis diseños y llevarlo a nivel empresarial. Yo le respondí: Organización, me organizo y delego. Y era cierto, en ese momento lograba _aparentemente_ hacerlo todo, pero también era cierto que en ese momento tenía sólo una hija (Y claro, la periodista no había visto mis ojeras disimuladas por el maquillaje, ni tampoco todo el correteo detrás de cámaras para estar quieta con ella en ese momento).
Como dice mi esposo, las mujeres de mi época queremos hacerlo todo y todo lo queremos hacer bien. Él dice: “Quieres ser una buena madre, una buena esposa, una buena artista/diseñadora, y en el camino tener una buena vida espiritual y saludable, ser un buen ser humano»… Y si, lo quiero todo.
Pero lo que quiero decir hoy después de tener a mi segundo hijo (9 meses) y _literalmente_ casi morir en el proceso, es que no. No puedo hacerlo todo y no todo lo hago bien.
Me debo el escribir esto sobre la realidad que vivo hoy, porque leeré esto en unos años y deberé recordármelo. Deberé no reprocharme nada. Porque la vida pasa, y muy de prisa, y todos avanzan.
Recuerdo muy claramente la visita de una amiga portuguesa a los 3 meses de haber dado luz a mi hijo y me dijo: «Carola, no pares de hacer esto, ¡es tu arte! pero lo que si deberás hacer es bajar la velocidad y mucho»… Las lágrimas rodaban mientras la escuchaba… Con lo tanto que me gusta avanzar, pensé.
Desde que nació mi primera hija (3 años y medio) he debido aprender a escoger mis batallas y no perder el tiempo en necedades que otrora hubiesen captado mi atención. He aprendido a hacer malabares para no dejar de ser yo misma (eso incluye mi arte, yoga, meditar, viajar, etc.) y a la vez hacer lo que _ahora_ me gusta más: ser madre. Lo dije. Lo que más me gusta en este tiempo de mi vida, es ser madre.
Y lo repito porque encuentro que cuando hablamos del ser madre hay una palabra que está al lado, «sacrificio» (crecí escuchándola y suena muy pesada, desalentadora para las que no son madres) y lo que yo quiero decir _a título personal_ es que hago esto por gusto, no me «sacrifico» (Con lo cual no quiero decir que la maternidad no tenga sus retos, de hecho es un trabajo muy duro y diría que hasta el más desafiante). No. Es que me gusta estar con mis hijos.
También es posible sea como dice mi homeópata: “No te gusta tener culpa, ¿verdad?” Y es cierto, no me gustan las cargas y menos la carga de la culpa, pesa mucho, así que prefiero andar muy ligera de ella. Prefiero un día mirar hacia atrás y saber que disfruté de cada vez que me puse a hornear galletas con mi hija o de todas las veces que amamanté a mi hijo, o tomé fotos a mis hijos en sus momentos. Soy una madre rendida a la maternidad. Si me lo hubiesen preguntado hace cinco años, probablemente habría dicho que eso no es posible, pero tengo una razón artística para sustentarlo.
Soy la única mujer privilegiada en todo el planeta que puede presenciar cómo estos dos seres crecen ante mis ojos, como se van transformando día a día, segundo a segundo. Como, de no poder distinguir más que sombras, llegan a ver y reconocer-me, de no poder alimentarse por si mismos, llegan a manipular e ingerir alimento, de ser una célula, ahora son seres completos. De no poder moverse por si mismos, llegan a gatear, ¡caminar!. Ma-ra-vi-llo-so. Si hay un proceso de arte más ingenioso que la evolución del ser humano, no lo he visto aún.
Esta magia, a cada segundo, es la que me tiene absorta. Nunca la había presenciado y la transformación de estos pequeños seres me tiene cautivada… así que ahora entiendo a tantas otras mujeres que antes que yo, hayan dejado todo para observar, para ser parte de la vida de estos pequeños. Es una mezcla de ciencia, arte, curiosidad muy humana, investigación de mi misma y del ser humano, observación y amor, me sumerjo en amor.
Son muchas cosas… mientras tanto, han pasado 4 años y he diseñado una sola colección (aunque tengo varias en el tintero y muchos proyectos, he logrado terminar sólo una). Los días tienen una lista de 50 cosas por hacer y alcanzo a hacer dos con suerte y quizá mediocremente. Las personas que empezaron conmigo ya están muy “lejos” y en mi casa, la única que llego lejos es mi hija, pues ya maneja el scooter a la perfección y adoro verla pasar a toda máquina.
Si en medio de toda esta prisa que es el mundo de hoy, logro hacer algo con mi proceso creativo, lo agradezco mucho, en el corazón, porque eso es muy yo. Esa es mi magia interna, es lo que también me pone feliz cada día. El proceso de crear algo es sin duda también lo que me hace mejor ser humano y en consecuencia mejor madre. Y si, aunque mi esposo siga diciendo que quizá debiera dejar una de las actividades porque llevarlas todas llega a ser estresante, también esto libera mi ser, mi alma, me hace sentir Carola Solís al fin.
Si teniendo a mi hijo a mi lado gateando y a mi hija jugando con la linterna, me permitió escribir estas líneas, es un milagro, pues he sido interrumpida muchas veces. Y es así como pasa la vida… Es así como despierto cada día. A veces exhausta, pero con ganas de hacerlo todo y con ganas de hacerlo todo bien.
Ps. El título de este artículo se lo debo a mi profesora de yoga, quien decía «Yo que te amamanté tanto» con mucha nostalgia, mientras veía a su hija adolescente salir sin despedirse. <3.
Fotografía: Sasha Cecia Vásquez, Carola Solís
No Comments